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Al placer por la confianza

Pleasure through confidence
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Había sido un día de trabajo tranquilo en la madriguera-consulta del doctor Casdan Baituo, un apasionado conejo dentista. Aquel día les tocaba trabajar mañana y tarde, pero la mayoría de los casos que atendieron fueron simples. El último paciente anuló la cita, así que además pudieron dar de mano antes, y ver al penúltimo con más calma y tiempo que de costumbre.

Casdan trabajaba con Cotton, un asistente dental novato. Tanto Casdan como Cotton eran conejos inteligentes, como humanos, que caminaban sobre dos patas y manipulaban objetos con las manos. Pero más allá, su aspecto y su anatomía eran similares a las de un típico conejo salvaje. No usaban ropa. Ambos eran blancos. Casdan era completamente albino, con ojos grandes y rojizos, una naricilla rosa, y el interior de las orejas también rosa. Cotton, aun siendo de pelaje blanco, no era albino, y resistía perfectamente el sol más implacable. Ambos eran de baja estatura, por debajo de un metro, siendo Casdan ligeramente más alto que Cotton. Por otro lado, Cotton tenía los dientes mucho más grandes, si bien no eran visibles mientras tuviera la boca cerrada. Pero la diferencia más notable eran sus ojos, ya que los de Cotton eran de color cambiante, según su estado de ánimo.

Cotton no tenía formación dental previa: el propio Casdan lo estaba formando. Todo iba de maravilla. Cotton mostraba mucho interés, sobre todo cuando se trataba de atender a los pacientes más jovencitos. Cotton tenía una sensibilidad especial con ellos. Y precisamente, el paciente con el que acabaron el día de trabajo fue un niño. Cotton se puso muy feliz cuando Casdan se lo dijo:

—¡Síííí! Hoy no vimos a ningún pequeño aún —dijo Cotton.

—Pues si lo necesita, con él vamos a tener una consulta larga —explicó Casdan—, porque como el de después ha anulado, así que aprovecharemos el tiempo.

—Qué bien —dijo Cotton, ilusionado—. ¿Qué animal es?

—Un ratón semi-antro, como nosotros. Se llama Auver, tiene seis años, y es de color... ¿oscuro? —dijo Casdan, leyendo el formulario de la historia clínica, tal y como su madre lo había rellenado—. Es un paciente nuevo.

—Pura vida —asintió Cotton, exponiendo con una sonrisa sus dientes enormes.

La diferencia entre los acentos de ambos conejos era notable. Había quien decía que la forma de hablar de Casdan recordaba al narrador de algún tipo de gesta medieval o cuento de hadas, mientras que Cotton hacía pensar en un atardecer en una playa tropical, sorbiendo de un coco en una tumbona.

Los pacientes a los que atendía el doctor Casdan Baituo no eran humanos, sino otros animales con diferentes grados de antropomorfización: desde criaturas de aspecto puramente salvaje (feral) dotadas de inteligencia, hasta otras que eran casi humanas. La mayoría eran criaturas de tipo semi-antro, con unos pocos rasgos humanos, pero predominantemente animales, como los propios Casdan y Cotton.

También era el caso de Auver, que pasado un rato se presentó puntualmente en la madriguera. Lo trajo su mamá ratona, que estaba embarazada. Lo acompañaban también tres de sus hermanitas pequeñas, ya nacidas. Todos eran de color gris azulado y oscuro. Eran una gran familia. Casdan sonrió: al atender a niños, por diversas razones, era común que acudiera buena parte de la familia a consulta, incluso aunque solo uno tuviera cita. A poco que un par de niños de distintas familias tuvieran cita, la sala de espera podía reunir a una gran multitud. Afortunadamente, las tres ratoncitas pequeñas fueron muy buenas y silenciosas.

Casdan hizo pasar a todo el mundo a consulta, ya que necesitaba hablar con la madre antes de atender a un paciente tan joven como Auver. Cotton saludó también a todos, y Casdan realizó el tedioso interrogatorio típico sobre antecedentes de salud general. Auver estaba sano como una manzana, con solo un pequeño defecto: su visión. Era severamente daltónico. No distinguía ningún color.

—Nos pasa a todos en la familia —explicó la madre—. El papá, yo, nuestros seis hijos, pronto siete —se acarició la tripita—, y los que quedan por venir, todos vemos en blanco y negro.

—Claro, es genético y ligado al cromosoma X —dijo Casdan, con cierta pedantería que era incapaz de resistir—. Por fuerza, todos los hijos que tengáis tu marido y tú serán daltónicos.

—Exactamente —dijo la madre ratona—. Por eso en el cuestionario solo puse que Auver era... oscuro... —explicó ella, con cierta timidez.

«Nos ahorraremos la explicación sobre los ojos de Cotton», pensó Casdan, sonriendo. Mientras, Auver escuchaba todo muy atentamente, y asentía. Dijo:

—Yo solo puedo decir bien el blanco y el negro. Con los otros colores, me equivoco siempre.

Auver era un chico avispado, consciente de sí mismo y sin miedo a hablar e intercambiar ideas con los adultos. De hecho, era muy listo: era con diferencia el más estudioso de todos los hermanos, y el único que ya llevaba gafas. «Qué monada», pensó Casdan. «Qué lindo», pensó Cotton. Para hacerlo más adorable aún, Auver había acudido a consulta con un pequeño juguete de plástico: una oruga de color marrón. Cada vez que la movía, se oía moverse algún tipo de pieza suelta en su interior, como si fuera un sonajero.

Los dientes de Auver habían crecido más de la cuenta, y necesitaba que se los limaran. De momento no tenía dolor ni heridas, pero la madre se había percatado del problema y había acudido pronto a consulta. Casdan accionó el sillón dental para tumbar a Auver. Examinó rápidamente su dentadura, corroborando el crecimiento dental, y le dijo:

—Pequeño roedor, que como nosotros los lagomorfos, tienes dientes que crecen continuamente, ¿es que no roes cosas para desgastarlos?

Auver se limitó a sonreír, apartando la mirada.

—Vale, me queda muy claro —dijo Casdan, y mirando a la madre, añadió—: ¿Qué os voy a decir que no sepáis? Para nosotros, tan importante como cepillar dientes y encías, es roer, roer y roer.

La madre asintió también, bajando la mirada, acaso algo avergonzada. Casdan no tocó más el tema: bastante miedo e incomodidad sufrían ya los pacientes solo por ir al dentista. No había por qué meter el dedo en ninguna llaga y hacerlos sentir peor. Casdan añadió de inmediato:

—Por suerte, tiene fácil solución. Vamos a limarle un poco todos los dientes, desde los molares hasta los incisivos. Además, al hacerlo, miraré diente por diente y me aseguraré de que no hay ningún otro problema —explicó, y viendo a las cuatro ratonas de pie a la entrada del gabinete, dijo también—: Vosotras cuatro podéis esperar fuera, en la sala de espera... si te parece bien —miró a la madre—, y si te parece bien a ti también —miró a Auver—. A menudo lo preferimos, suele ser más cómodo para todo el mundo si padres y hermanos esperan fuera mientras trabajamos.

La madre de Auver sonrió, y le dijo a su hijo:

—Bueno, ¿vas a ser valiente? Nos vemos luego.

Él asintió con la cabeza. Las cuatro ratonas salieron entonces. Casdan le alzó el pulgar a Cotton, y le dijo:

—¿Ves? Una madre colaboradora y que nos deja trabajar en paz.

Cotton rio por lo bajo también, recordando algún caso reciente de padres... menos colaboradores. Se centraron entonces en Auver. Ya tenían planeado que cada vez que atendieran a un peque, Cotton se encargaría de hablar un poco con él, antes de empezar cualquier procedimiento serio, para asegurarse de que estaba cómodo y tranquilo:

—¿Cómo estás? —le preguntó Cotton a Auver—. ¿Tienes miedo de estar aquí?

Auver negó con la cabeza, si bien no parecía estar del todo tranquilo. Los ojos de Cotton, que cambiaban de color según su estado de ánimo, en ese momento eran de un color naranja intenso: señal de que estaba cómodo y feliz. Casdan sonrió, complacido, siempre feliz él también de ver cómodo a su compañero. Señalando a Casdan, Cotton dijo:

—Vamos a ayudarte, como dice siempre el doctor. Porque tus dientes crecieron mucho. Solo vamos a reducirlos un poquito, ¿de acuerdo?

Auver asintió. Abrió la boca, se señaló el primer molar inferior izquierdo con su desnuda manita ratonil, y como pudo pronunció:

—Aquí, esta la noto más grande que antes.

—Claro que sí, ¡qué listo eres! —le dijo entonces Casdan—. Eso está muy bien, que prestes atención a tus dientes. Así te darás cuenta rápidamente si alguna vez tienes un problema. Bueno, ahora, vamos a... desgastarte, reducirte, un poquito, los dientes. ¿Sabes? Como si fuera un lápiz con un sacapuntas, que se queda más corto. Mira, lo voy a hacer con esto, que se llama turbina...

Casdan le explicó brevemente a Auver sobre los diferentes instrumentos rotatorios que había, así como sobre las fresas dentales. Generalmente, es lo desconocido lo que asusta, así que explicar las cosas y ser transparente era clave para calmar a los pacientes (de cualquier edad). Cuando llegó el momento de ponerse manos a la obra con la reducción de cúspides dentales, Cotton le ofreció a Auver:

—¿Quieres tomar mi manito?

Y él asintió, y le cogió la mano a Cotton.

Y así, con su turbina equipada con fresa diamantada de grano fino, Casdan empezó a limar las cúspides de las muelas de Auver, con abundante irrigación. Cotton usó el sistema de aspiración para aspirar el agua con una mano, mientras que con la otra estrechaba la de Auver. Y Auver, con su mano libre, de vez en cuando agitaba su oruga.

Auver resultó ser un paciente ejemplar, muy bueno y colaborador. Casdan no necesitó pedirle que abriera más la boca ni una sola vez, y fue capaz de mover la lengua de forma que facilitó enormemente el trabajo tanto del operador como del auxiliar.

Auxiliar... ¿o acaso habría que decir axilar? Auxiliar con buenas axilas, sin duda. Cotton sudaba bastante, y sus axilas olían fuerte, con un aroma entre avinagrado, acebollado y a comino, como el de los humanos. Casdan, siendo el gran entusiasta de las axilas que era, tenía una nariz muy bien entrenada para percibir el sudor, al estilo de la de un catador de vinos. Así que el conejo dentista se había dado cuenta tan pronto como había empezado a trabajar con Cotton, y percibía su olor muy a menudo, pero nunca le había dicho nada. De hecho, no le molestaba en lo más mínimo, ni lo consideraba un problema de cara a los pacientes. «Todos somos animales, al fin y al cabo», pensaba Casdan.

Curiosamente, Auver también era un gran amante de las axilas, a pesar de su corta edad. Así que, con su atenta nariz, también sintió claramente el fuerte olor a sudor de Cotton. Sobre todo, cuando Cotton alargó ligeramente las manos, para cogerle la suya y para alzar la aspiradora: sus brazos quedaron ligeramente levantados, y el delicioso aroma de sus axilas inundó las ratoniles y sensibles fosas nasales de Auver. Quizá sus problemas de visión (miopía y daltonismo acromático) potenciaran sus otros sentidos. En la precocidad de su interés también se parecía a Casdan, pues Casdan había desarrollado su interés por las axilas siendo aún más joven que él.

Mientras Casdan trabajaba en boca y Cotton aspiraba el agua, Auver inspiró profundamente varias veces, deleitándose con aquel olor, que era más acebollado que otra cosa en aquel momento. Casdan, que también lo notaba, se preguntó si acaso Auver lo percibiría, esperando que no le molestara.

Pasaron unos minutos. Casdan terminó de limar los doce molares de Auver. Recuérdese: los múridos, ratas y ratones, no tienen ni premolares ni caninos. Se deleitó especialmente en sus pequeños terceros molares, pues los terceros molares, las «muelas del juicio», eran su mayor debilidad, más aún que las axilas. Recuérdese también que roedores y lagomorfos desarrollan su dentición adulta completa a las pocas semanas de nacer.

—¿Estás bien? —le preguntó entonces Casdan—. Ya casi hemos terminado, solo me queda limarte los incisivos: las paletas —se las tocó con el dedo.

Auver sonrió y asintió con la cabeza, ya más calmado, tras un rato sintiendo que la reducción de cúspides no era dolorosa. De hecho, con una inesperada espontaneidad, señaló a Cotton y anunció:

—Me gusta mucho cómo huele él.

Casdan sonrió. Soltó una leve carcajada, de hecho. «¡Así que eres de los míos, pequeño roedor! Uno di noi», pensó, divertido.

Pero Cotton se alteró. El pobre, tímido por naturaleza, era consciente de su olor corporal, y de inmediato sintió mucha vergüenza. Plegó los brazos, agachó la mirada y sus ojos se pusieron de color verde, indicando nerviosismo. Casdan sintió lástima por él, y de inmediato trató de darle la vuelta a la situación. Le preguntó a Auver:

—¿Es que te gustan las axilas? —le dijo, alzando los brazos, y exponiendo sus propias axilas, de aroma más discreto que las de Cotton, a cebollino en aquel momento.

—¡Sí! —asintió enérgicamente Auver, casi levantándose del sillón dental para mirar de cerca las axilas de Casdan—. Me gusta mucho verlas, tocarlas, olerlas. Incluso —levantó un brazo, se pasó el dedo por la axila y lo chupó—... saborearlas —dijo, divertido.

—Jajaja, ¡qué guay! —Casdan rio y le removió el pelaje de la cabecita a Auver.

El pobre Cotton seguía claramente cohibido, con sus ojos verdes y sin decir nada. Así que decidió darle ánimos. Indicó a Cotton con un gesto que lo siguiera, y dijo a Auver:

—Espéranos un segundo, que vamos a hablar.

Se metieron en una pequeña habitación al lado del gabinete, que hacía las veces de laboratorio de prótesis. Una vez a solas, Cotton dijo:

—Es que me da pena todo esto... es fatal esto.

—Cotton, escúchame —le dijo Casdan, haciendo que lo mirara directamente a los ojos—. A ti te gusta siempre complacer a los niños, ¿verdad que sí? Que se lo pasen bien contigo, que hagan cosas que les gusten...

Cotton asintió.

—Pues entonces, ¡aprovecha lo que la naturaleza te ha dado! —dijo Casdan—. Auver ya ha dicho que le gustan las axilas, y que le gusta cómo huelen las tuyas. ¡Si es que me gusta hasta a mí! —exclamó, dándole unos golpecitos de ánimo en el hombro—. Aunque no lo creas, somos muchos los que disfrutamos de las axilas. Así que no lo dudes: déjalo que te las mire, te las toque y te las olisquee, ¿por qué no? Te digo yo que le va a encantar, porque yo a su edad ya tenía este interés, jejeje.

Cotton seguía sin estar convencido del todo. Así que Casdan insistió:

—Mira, tú mismo sabes que para los niños no es fácil estar aquí, en consulta. A ti mismo te cuesta trabajo estar aquí como paciente, que lo sé yo.

—Sí, a veces tengo que imaginarme que soy un zorro poderoso o algo así, para controlar el estrés —explicó Cotton.

—Es que venir al dentista siempre intimida —continuó Casdan—. Es duro incluso para Auver, aunque sea colaborador. ¿No ves cómo viene con su juguete, y no te suelta la mano? En el fondo, aunque sea muy bueno, yo te garantizo que está preocupado y nervioso.

Cotton asintió una vez más. Dijo:

—Ya, me di cuenta. Me dan ganas de hacer algo para que se calme y esté a gusto.

Casdan sonrió, y dándole de nuevo a Cotton golpecitos en el hombro, dijo:

—Pues chico, puedes hacer algo más que cogerle la manita. Déjalo que mire, huela y toque tus axilas. Incluso que las lama, si le apetece. ¿No has visto con qué espontaneidad e ilusión ha dicho que le gusta cómo hueles? ¿Y no has visto cómo casi ha pegado un salto del sillón para ver mis axilas cuando he levantado yo los brazos? Jajaja.

Cotton sonrió, un poco más calmado que antes, pero aún sin haber superado del todo la vergüenza. Sus ojos seguían siendo verdes.

—Venga —lo animó Casdan—, tú déjalo que lo haga. Y su visita estresante al dentista se convertirá en un divertido... juego axilar, jajaja.

Cotton acabó accediendo, persuadido finalmente por la idea de hacer feliz a Auver. Cuando Casdan y Cotton regresaron con él, Casdan le explicó:

—Mira, vamos a hacer una cosa. Voy a terminar de limarte los dientecitos de delante, y como has sido bueno, cuando terminemos, Cotton dejará que «juegues» con sus axilas. ¿Qué te parece?

La carita de ilusión de Auver fue indescriptible. Cualquier atisbo de nerviosismo por el estar en el dentista desapareció. Abrió mucho los ojos, ilusionado, casi sin dar crédito. Alzó los puños de cuatro dedos, exponiendo sus propias axilas al hacerlo, y exclamó:

—¡BIEEEEN!

Casdan miró a Cotton. Sus ojos seguían siendo verdes, pero su expresión demostraba que ya estaba más a gusto con la situación. Casdan, conociéndolo, intuía correctamente que pronto volverían a ser naranjas. Le alzó el pulgar, como diciendo: «Todo está bien».

Un minuto después, Casdan había acabado de limar los incisivos de Auver. Le preguntó que si se encontraba bien, y él dijo que sí, que se encontraba mucho mejor con los dientes reducidos, al tocarlos con la lengua.  Casdan anunció que todo había terminado y apretó el botón para incorporar a Auver. Cotton cogió papel y le secó la carita y las gafas, que se habían mojado con los aerosoles de la turbina.

Auver, sentado, con sus orejitas redondas alzadas, con sus gafitas redondas, con su larga cola cayendo hacia un lado, y con sus bonitos y carnosos pies de ratón expuestos, era absolutamente adorable. Señaló a Cotton con el dedo y reclamó lo que era suyo:

—Déjame olisquearte ahora.

Casdan volvió a alzarle el pulgar a Cotton, que, finalmente, venció la vergüenza y se dejó oler.

Cotton alzó ambos brazos, exponiendo unas axilas cubiertas de pelaje, pero menos denso que en el resto de su cuerpo. Y además, algo agolpado, por estar mojado de sudor. Bajo el pelaje, se apreciaba claramente la piel, de color rosado, si bien esto Auver no lo percibía. Lo que sí percibió fueron los varios pliegues que cubrían las axilas de Cotton, dándoles un cierto aspecto humano. Los ojitos de Auver se iluminaron. Se puso de rodillas sobre el sillón y se lanzó hacia Auver, que seguía al lado, junto a las cánulas de aspiración.

Auver fue alternando entre cada axila. No las lamió, pero sí las acarició, gozando con su textura, y luego se chupó los dedos, para sentir su amargor. El sabor del sudor no era exactamente agradable, pero a Auver le interesaba. Y naturalmente, puso su nariz de ratón debajo de cada una, inspirando muy profundamente, varias veces.

—Me encanta, me encanta —dijo, una vez ya embriagado del acebollado y agrio aroma de las axilas—. ¡Muchas gracias, Cotton! Eres el mejor.

Y Casdan, que no era de piedra, no pudo resistirse a ir también hacia Cotton, para olisquearlo también. Básicamente, se coordinó con Auver, pegando su rosada naricilla a la axila que el entusiasta ratoncito dejaba libre, y luego se intercambiaban. Cotton, con los brazos alzados, y ya con ojos naranjas, tuvo que echarse a reír. ¿En serio, su «jefe», al que se suponía que debía respeto y obediencia, estaba oliéndole las axilas... que tan mal y tan fuerte pensaba él que le olían? Era cómico. Encima, Casdan dijo:

—Si es que huelen de maravilla, claro que sí, y aquí estamos mi amigo Auver y yo, disfrutándolo como nadie. ¿Verdad que sí, Auver? —el ratoncito asintió enérgicamente con la cabeza—. ¡Claro que sí! ¡Chócala, tío!

Y Auver y Casdan chocaron los cinco, como compañeros de «intereses». Cotton volvió a reír, y lo siguieron olisqueando. Y así pasaron al menos un minuto más, hasta que al fin lo dejaron. Auver le volvió a decir:

—¡Eres el mejor, Cotton! Nunca nadie me había dejado hacer algo así.

Y se lanzó hacia él, pero no para olerlo esta vez, sino sencillamente para abrazarlo. Casdan no cupo en sí de ternura, porque sabía que Cotton era muy sensible a las muestras de cariño de los peques, y que se iba a derretir internamente. Correspondió el abrazo de Auver con mucho gusto, ya libre de cualquier sentimiento de vergüenza.

—Hoy ha sido un gran día —dijo a continuación Auver, con una sonrisa enorme, y quizá repitiendo literalmente alguna frase de los dibujos animados—. Aunque antes he tenido un pequeño problema.

—¿Qué te pasó? —le preguntó Cotton, ya fantaseando con poder ayudarlo en lo que fuese—. ¿Hubo algo por lo que no la pasaste bien aquí?

—No, no ha sido aquí —respondió Auver—. Ha sido antes de venir, con mi dado.

Y agitó el juguete con forma de oruga marrón que había traído.

—Tenía un dado muy chulo, con veinte caras —explicó Auver—, y sin querer se ha metido en este juguete —volvió a agitar la oruga, haciendo sonar el dado en su interior—. Y ahora no puedo sacarlo.

—Ah, vaya, así que no es un sonajero —comentó Casdan.

—Déjame verlo, a ver si se puede desmontar y te lo saco —dijo Cotton—, que yo tengo experiencia armando cosas.

Auver se la dio con total confianza.

—La oruga me da igual, ¡yo solo quiero el dado de veinte caras otra vez! —sentenció Auver.

Cotton la examinó brevemente. Tenía un agujero a modo de boca por el que se había metido el dado rojo con forma de icosaedro. El conejo tico se dio cuenta de que era imposible de desarmar:

—No tiene tornillos, ni se pueden separar las piezas —explicó, agitándola él también y haciendo sonar el dado dentro—. Creo que para sacar el dado se tendría que cortar, o romper.

—¿Podéis hacerlo? Ya he dicho que la oruga me da igual —dijo Auver—. No me gusta mucho.

Cotton entonces iba a sugerirle a Casdan que cortara la figura con la turbina. Pero al insaciable Casdan, amante de los mordiscos como de otras tantas cosas, se le encendió una bombilla:

—Cotton, ¡rómpela con los dientes! —le dijo.

Auver se puso de rodillas otra vez sobre el sillón, lleno de interés. Le preguntó a Cotton:

—¿Podrías hacer eso?

—Bueno... se ve muy dura y resistente, pero lo puedo intentar —respondió él, deseoso de complacerlo, y feliz de verlo interesado en él. «Casdan tiene ideas extrañas, ¡pero qué bien funcionan!», pensó Cotton.

—Puede romperla perfectamente —apostilló Casdan—. Cotton tiene buenos piños. Más fuertes aún que los míos.

—Yo ya he intentado morderla para romperla, mirad —dijo Auver, señalando una parte de la cola de la oruga con marcas de mordiscos—, ¡pero está muy dura!

—No será problema para él —insistió Casdan, y con absoluta espontaneidad, le separó a Cotton el labio partido para exponer sus incisivos—. Créeme, que soy dentista y lo noto. Mira qué dientes tiene. Sus músculos masticatorios son fuertes y tonificados, y sus molares son de lo más robustos. Cotton, abre la boca.

Y dejándose llevar, con poco por lo que avergonzarse ya aquella tarde, Cotton abrió la boca. Descubrió así un juego completo y perfecto de 28 dientes adultos de conejo, hasta sus diminutos terceros molares. Todos estaban óptimamente desgastados, aunque estuvieran afilados como cuchillas. Incontables crestas cubrían su paladar, su lengua era grande y carnosa, y una caricaturesca úvula humana decoraba su holgado istmo de las fauces, al fondo de su boca.

—Guau... —dijo Auver, con los ojos haciéndole chiribitas. Acaso un nuevo «interés» se estuviera fraguando en su joven cerebro ante aquella visión y aquella explicación.

—Adelante, Cotton —dijo Casdan—. Rompe el juguetito con los dientes y dale a Auver su dado.

Cotton asintió, sonrió y se puso dientes a la obra. Bajo la atenta mirada de Casdan y Auver, colocó la cabeza de la oruga entre sus grandes incisivos (el doble de largos que los de Casdan), y le asestó un contundente mordisco. El plástico era muy resistente, pero aun así, crujió. Crujió, pero no se llegó a romper: los incisivos de Cotton eran tan filosos que se deslizaron sobre el plástico, arrancando virutas marrones, sin llegar a hundirse más. Cotton las escupió.

El recio plástico había crujido, y eso ya deleitó sobre todo a Casdan, que analizó la situación «científicamente»: destrozar plástico entre las muelas es una cosa, pero hacerlo entre los incisivos es otro nivel. Y Cotton llegaba cómodamente a ese nivel: podría haber destrozado la oruga usando solo sus incisivos. Pero pronto cambió a dientes más poderosos, para terminar rápido el trabajo: se metió el juguete entero en la boca, que le cabía perfectamente, y lo puso entre sus premolares y primeros molares. Apretó los dientes: sus maseteros y temporales se tensaron, y... ¡crac!

La mitad de la figura se hizo añicos, rompiéndose en varios trozos entre los poderosos dientes posteriores de Cotton. Cotton escupió los trozos de plástico destrozado en la papelera de residuos biológicos del gabinete. Sacó el dado con forma de icosaedro de lo que quedaba de oruga, y se lo dio a Auver, que exclamó de alegría:

—¡Bieeeen! ¡Bien, bien, bien! ¡Mi dado! Gracias, Cotton, ¡eres mi héroe!

Y se levantó del sillón, y corrió, rodeándolo, para ir junto a Cotton. Le dio un fuerte abrazo de pie. Cotton, con lágrimas en los ojos, se agachó para abrazar también a Auver, y lo cogió en brazos. Casdan sonrió, complacido, mientras consideraba una última idea para poner la guinda del pastel a aquella tarde tan especial.

—¿De qué color es el dado? —preguntó Auver, tras el abrazo, mostrándolo.

—Es rojo, con los números en blanco —le dijo Cotton, feliz también de ayudarlo con su problema de daltonismo severo.

—Ah, muy bien —dijo Auver, intentando retener el dato.

—Auver, ¿estás contento con Cotton? —le preguntó Casdan.

—¡Sí! —asintió el ratoncito.

—Pues si quieres, puedes hacer una cosa para ponerlo feliz a él también, y agradecerle todo lo que ha hecho por ti esta tarde.

—Oh, ¿el qué? —preguntó Auver, y Cotton también lo miró con mucha atención, preguntándose, una vez más, con qué ocurrencia saldría el bueno de Casdan.

—¿Te han hecho un masaje en los pies alguna vez? —le preguntó Casdan a Auver, y el rostro de Cotton se iluminó.

—Huy... —dijo Cotton, por lo bajo.

—Ah... no, nunca —respondió Auver, levantando un pie del suelo y moviendo los cinco deditos.

—Pues ya verás, es muy relajante y agradable —dijo Casdan, con una sonrisa—. Como has sido un ratoncito tan bueno, te lo mereces. Siéntate otra vez en el sillón. Voy a por cremita. Cotton se pondrá muy feliz si dejas que te lo dé.

Auver miró a Cotton, sonrió y asintió:

—Claro que sí. Cotton, ¡mis pies... son todo tuyos! —dijo, quizá repitiendo de nuevo alguna frase de los dibujos animados.

Auver se sentó en el sillón, extendió las piernas o patas traseras, y agitó los deditos de los pies. Casdan lo tumbó de nuevo, y fue a por la crema para masajes. Cotton no cabía en sí de gozo. Cuando tuvo estuvo dispuesto, se embadurnó bien las manos de crema, y empezó a frotar los pies de Auver. Las plantas estaban algo sucias, pero le dio igual.

El ratoncito apoyó la cabeza sobre las manos, exponiendo con ello sus axilas, también con pliegues y con cierta piel rosada visible bajo el pelaje. En aquel momento le olían poco, pero un olisquedor a poca distancia podría haber notado cierto aroma a snacks de maíz. Cerró los ojitos y disfrutó del instante. Quedó muy relajado. Cotton, dedicado y cariñoso, apretó lo suficiente para estimular intensamente todas las articulaciones, músculos y ligamentos de sus pies, pero sin llegar a hacerle daño. También se aseguró de movilizar cada dedo, y de frotar y masajear los espacios entre ellos, haciendo a Auver estremecerse de placer.

Mientras, Casdan llamó a la madre de Auver, para decirle que ya habían terminado y explicarle cómo había ido todo. Pudo ver a su hijo recibiendo el masaje de Cotton: no había nada que esconder. De hecho, le hizo bastante gracia.

—Vaya, ¡qué bien te tratan! —comentó ella—. Ya me habría gustado que me hubieran sobado los pies a mí de pequeña, cuando me llevaban al dentista.

—Es que esto es... un centro multidisciplinar —sonrió Casdan—. Hacemos de todo aquí, jejejeje, ¡hasta masajes! Somos un poco fisioterapeutas también... o podólogos —sacó la lengua.

—Hey, ¡yo también quiero! —dijo una de las hermanitas, y a Cotton se le iluminó el rostro una vez más.

—Jajaja, bueno, tú, otro día, cuando te toque tu revisión —le tuvo que decir Casdan, con cierto pesar, ya que habría estado encantado de dejar que Cotton le hiciera un masaje a toda la familia.

Y Cotton tuvo que terminar ya su masaje. Auver, educado y agradecido como ningún pequeño, le dio las gracias y lo abrazó una vez más. Su mamá pagó la consulta, la familia se despidió efusivamente y se fueron.

Una vez de nuevo a solas, Casdan le preguntó a Cotton:

—Bueno, ¿qué? ¿Has disfrutado?

—¡Síííí! Mucho —respondió él, con sus ojos naranjas muy abiertos.

—Yo también. Como un marranillo revolcándose en un charco —le guiñó un ojo—. Y mira que al principio te daba vergüenza, ¿eh?

—Sí... la verdad, sí —asintió él.

—Pues no debes sentirte avergonzado por tu cuerpo. Tienes muchas cosas bonitas que ofrecer al mundo —le dio unos golpecitos en el hombro—. Ya has visto que no soy yo el único que lo aprecia, jajaja. ¡Has hecho muy feliz a Auver con tus axilas! Y con tus dientes también. Tanto como él te ha hecho feliz a ti con sus pies... ¿no es precioso?

Cotton sonrió y rio un poco por lo bajo.

—Anda, ven aquí —le dijo Casdan, extendiendo los brazos—. Eres un excelente asistente dental, y un excelente conejo en general.

Y le dio un largo abrazo. Al hacerlo, el insaciable Casdan no pudo sino aspirar profundamente, para disfrutar su aroma axilar otra vez.

—Es un placer trabajar contigo, Cotton —le dijo tras el abrazo—. Próximamente veremos más niños que de costumbre, ¿sabes?

—¡Huy! —exclamó Cotton.

—Ya verás, ¡qué bien nos lo vamos a pasar! —dijo Casdan, alzando el pulgar y guiñando un ojo, tan ilusionado como él.
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
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by Ory2024
English version: https://inkbunny.net/s/3446132

Una repentina y entusiasta inspiración me llevó a escribir esta particular historia, en la que aparece mi personaje original, el conejo Casdan, en versión semi-antro y siendo dentista. Otro conejito muy especial es su auxiliar, y un ratoncito de lo más adorable será su paciente.

Han confluido diversos intereses míos. ¡Fetiche de axilas en vena! Más algo de patitas, y por supuesto dientes, mordiscos y bocas, que no pueden faltar en mis ocurrencias. Si todo eso te gusta, te gustará también esta historia.

Aviso: esta historia CONTIENE personajes menores de edad no humanos.

NO CONTIENE violencia, ni sexo, ni genitales.

Keywords
male 1,176,850, cub 269,949, rabbit 136,720, furry 116,965, bunny 110,653, boy 79,181, paws 69,067, mouse 53,418, feet 51,387, tongue 31,842, adult 30,746, sweat 20,800, story 13,726, teeth 10,992, furries 8,292, adult on cub 6,865, family 6,629, fetish 6,118, sweating 6,008, sweaty 4,591, mouth 4,194, sniffing 3,344, kidfur 3,194, biting 2,797, writing 1,902, spanish 1,843, armpit 1,786, cub on adult 1,741, armpits 1,359, semi-anthro 1,175, español 876, uvula 507, semi-feral 407, chewing 262, armpit sniffing 190, foot massage 181, non-sexual 115, foot rub 87, dental 27, costa rica 8, dentistry 6, smelling armpits 3, colorblindness 2
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Type: Writing - Document
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